El levante no admite señores sobre ti.
¡Él solo te señorea!
Desierto gris, o pardo, sosegado torso tuyo;
y el levante
runfándote su amor, contigo.
Yo, sí. Yo, que floto sin moverme,
dentro del viento y de tus aguas,
dormidamente quieta, respirándote...
Soledad de la luz con nubes, en lo alto.
Ni una vela se asoma, ni un dulce remo
crepita, goteándote fresquísimo.
El levante lo exige, todos huyen
y te entregan a él, ¡oh mar condueño!
Ya no soy la que fui; salgo cubierta
de tremendas soledades levantinas.