ELIAS LETELIER
Con mi descolorida gorra de guerrero
voy pasando por la quietud del abandono.
Las casas han cambiado de color
y los árboles poseen una sombra distinta.
Camino por estos andurriales de silencio,
paso sobre la metástasis de las hojas muertas
y mi boca que olvidó tu nombre,
atascada en el crujido del paisaje
teje una grácil concesión de silencio,
más allá de las espurias sequías.
Exhausto subo a los límites de mi mordaza;
grito y tiemblo como el nervio de la esgrima
que en la punzada descubre una extraña quietud.
Tus ojos, que fueron míos,
se marcharon disueltos en la lluvia.
Hurto a la brisa o el agua de los ríos
tu tacto y danzo, muy solo,
en el refugio de un tiempo que pasó.
¿Dónde estás?
Todo fue construido en rigor al desamparo,
para que tú y yo no fuéramos
sin mezquinas reverencias y permisos.
Déjame sentir las cabelleras del humo
de la fogata copiosa y distante;
el oleaje caliente que me acaricia las sienes
y me lleva hasta la cuna agreste
de la brisa encendida.
He recorrido paraísos transitorios,
guerras donde los incendios del corazón
arrasaron la aurora de multitudes humanas
y todo fue quietud, torrentes de frío puro,
piras de abandono y desolación.
Estoy cansado de las lejanías.
Quiero despertar en la boca
que ilumina la lenta tarde
hasta volver a ser una nueva tempestad.
No te asustes
No tengas miedo
Estas cosas pasan.
Siéntate
Respira profundo
y escucha
Ahora
¡Un negro
será nuestro negrero!
Necesitan nuestras hortalizas
metales
manos
mares
inteligencias
petróleo
y todo los que podríamos ser.
No te atormentes
de tanto pensar.
No te atormentes.